viernes, 14 de mayo de 2010

marronamarillo

Hace unos días me escape al campo. Es algo común de hacer cuando se vive en Patagonia, escaparte de la "ciudad" a lugares más solitarios y más vírgenes para relajar...

El viaje empezó cuando me pasaron a buscar después del mediodía, me subí a la camioneta de mi amigo con mi bolso en el que llevaba lo esencial (cigarrillos, libro, mp3 con playlist actualizada), me senté en el fondo al lado de la ventana y después de acomodarme bien clave los ojos en el paisaje.

Es difícil de explicar la naturaleza que me rodea a alguien que nunca piso Patagonia. El cielo estaba claro como en las películas de Hollywood (ni una sola nube que lo marcara), los lagos planchadísimos y la vegetación cambiando el color de sus hojas verdes a amarillos y marrones intensos. No podía dejar de sacar fotos mentales de las cosas que veía.

Cuando por fin llegue a mi destino, un campo con una casa de madera bien rustica y muchos animales sueltos correteando, me tire boca abajo en el primer lugar que encontré mas o menos limpio (nótese que en el campo todo cuenta como abono). La cosa es que me quede echada ahí un rato largo pensando en quien sabe que hasta que se me enfrió la panza, así que me levante y me fui a la casona de madera donde viven los encargados.

En cuanto cruce la puerta me tope con los olores de la cocina de campo. Todo, absolutamente TODO era casero…pan, manteca, dulces, quesos, tartas…(por cierto, a quien se le hace agua la boca en este momento, eh?) Me senté al lado de una cocina a leña, de esas que repartieron los peronistas hace como mil años y Josefina, la ama de casa, me cebo un mate mientras me hablaba de no se que cosa que había hecho con no se que animal de no se quien…no digo que no era interesante, simplemente tengo mala memoria.

El día transcurrió tranquilo, el campo era lo suficientemente grande como para no toparme con ninguno de mis acompañantes. Estuve paseando por el rió, fui testigo del acoso de un pato hacia otro de los suyos, junte las ultimas frambuesas de la temporada y me robe unas cuantas zanahorias de la huerta para comer debajo de un álamo mientras escuchaba un disco del Chango Spasiuk (buen disco, pero no excelente) y leí 3 veces la misma pagina de un libro al que termine descartando por la falta de concentración. Y simplemente me dedique a disfrutar de la nada y el todo que me acompañaban.

Para el final del día, todos estábamos con los cachetes colorados por el frió, la ropa sucia por andar en el piso, las manos llenas de tierra y pasados a humo por pegar el culo al fuego, las panzas hinchadas de tanto comer…pero contentos, sin preocupaciones estupidas y sin ganas de volver.

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